lunes, 20 de enero de 2014

Relato.

Os dejo un relato que he encontrado hace un par de años. Cambiaría mucho pero también sirve para ver los errores. Espero que os guste



Durante las más de diez horas de vuelo, me convencía una y otra vez de que aceptar era lo correcto. Me preguntaba qué ropa elegiría yo, si supiera que voy a morir. No podía responder a esa pregunta, ¿acaso hay una camisa mejor o peor para postrarse en una silla?

En Huntsville todo era ficticio, como si quisieran engañar a quien entraba haciéndole creer que todo lo que sucedía, era normal. Incluso como si los barrotes formasen parte de una estudiada decoración modernista y los muros de metacrilato fuesen “lo más” en ventanales de interior. Recorrí alrededor de trece pasillos, perdí la cuenta cuando comencé a sentir los ojos clavados en mi nuca. Ojos que habían matado, asesinado, violado, robado, estafado a cientos de personas inocentes... Me sentía desnudo, débil, e incluso me sentía culpable. Cuando me cachearon para ver si llevaba algún objeto peligroso, sentí que parte de mi libertad se quedó en aquel cuarto. Mi corazón se aceleraba lentamente, con cada paso estaba más cerca de mi cliente, aquel del que no conocía su nombre, su estatura, ni sus delitos. Hasta que no estuve a 30 metros de su celda, no me importaba.

Era un hombre alto, fuerte, calvo, de unos 60 años. Estaba sentado en una silla y sus codos estaban apoyados en una mesa en la que había un papel y un lápiz. Entré con un par de policías armados que se situaron a los lados de la celda. Le saludé, él hizo lo propio. Su voz era grave, pero su tono no era aterrador, más bien todo lo contrario. Esperaba tomarle medidas a un lobo, y me encontré con un cordero. Hizo todo lo que le pedía, no intercambiamos ninguna otra frase. Guardé el papel en la solapa de mi camisa y avisé a los guardias de que quería salir. Justo antes de atravesar la puerta, me percaté de que había olvidado lo más importante, saber el color, el material, el corte, modelo... Respondió con un contundente “como quieras” se sentó en su silla de nuevo, y agachó la cabeza.

Los días posteriores, una vez de vuelta en mi taller, no dejaba de darle vueltas al asunto. Todo color me parecía inapropiado para enfrentarse a la muerte, todo me parecía demasiado formal o elegante. No paraba de preguntarme porqué fui incapaz de preguntarle el motivo por el cual me eligió, y porque ese fue su último deseo. Creo que me aterraba tanto su respuesta que decidí culparme por no haberla hecho, que por haberme arrepentido de lo que hubiera escuchado.

Finalmente, elegí un traje gris de corte clásico, con una camisa de color crudo. Pero eso qué más da... Acababa de hacerle un traje a alguien a quien en mi cabeza, no podía cesar de librar de toda culpa. Recordaba una y otra vez sus ojos, diferentes a los que veía en las celdas de los que aún no habían sido juzgados. En sus ojos veía inocencia, arrepentimiento. Unos ojos desgastados por las lágrimas y la culpa, un sentimiento mucho peor que la muerte. Me di cuenta, de que cualquier persona, por mala que sea, cambia cuando tiene a la parca a tan solo un par de días de su llegada. Empecé a replantearme la pena de muerte, y concluí que quizá, lo correcto sería condenarles, convencerles de que van a ser ejecutados, y en el momento de pulsar el botón, no hacerlo. Dejarles libres, siendo nuevas personas. De lo contrario, estamos matando a inocentes, ¿o a caso no es inocente alguien que se arrepiente de veras de lo que ha hecho?. El culpable muere en la silla, y el inocente intenta una nueva vida llena de culpa, intentando enmendar los errores. No podía parar de pensar en que aquel traje, no era para un asesino, o un violador, si no para un inocente.

La semana siguiente de mi entrega, me quedé en casa recordando una y otra vez mi visita a Huntsville, sabía que alguno de esos días ((no quisieron decirme cuando)) aquel hombre del que ni si quiera conocía su nombre, estaba siendo asesinado por nuestro gobierno. Me sentí cómplice y culpable de aquello.

Diez años más tarde, cuando tomé el suficiente valor para buscar a mis padres biológicos me topé con la peor de las realidades. Aquel hombre, el de la cabeza gacha y mirada inocente, fue quien asesinó a sangre fría a mis progenitores, cuando yo a penas tenía unas semanas de vida. 130- 95-93

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