lunes, 11 de mayo de 2015

El escondite.

Hoy he recuperado un relato romántico que escribí hace bastante tiempo. Prometo actualizar esto más. Os dejo con él.

Ya desde pequeño me gustaba jugar a esconderme. No quería ganar y llegar a la guarida sin ser visto, sólo quería esconderme y esperar a que alguien me encontrase. Y ella me encontró. No de la forma que un niño encuentra a otro, si no de la forma que dos adolescentes se encuentran. Todas las mañanas la escondía una botella con un mensaje en alguna parte de la playa. Era divertido verla corretear de un lado a otro con la ilusión del que busca un tesoro. Podría parecer un juego infantil pero era nuestro juego. Unas veces la escribía estrofas de canciones, otras simplemente la última frase que me había dicho el día anterior. Ella siempre tuvo la costumbre de despedirse como una estrella de cine en su última escena, con media sonrisa y un suave guiño en su rostro. Sabías que habría segunda parte.
Como todos los amores de verano, yo la abandonaba rigurosamente contra mi voluntad cada septiembre, y volvía a buscarla cada julio. Normalmente todo había cambiado pero nos unía algo más fuerte, la facilidad con la que yo me perdía y ella me encontraba. Muchas de esas botellas no pudo desenterrarlas, yo me negaba a decirle donde estaban aunque, para ser sincero, ella nunca insistía. Siempre respetamos las reglas del juego. El día antes de marcharme escondía la botella más especial de todas, aquella que contenía el mensaje más importante, ese que debía recordar el resto del año. Aquella vez no fue distinto. Seguí mi ritual como cada día y nos marchamos de allí. ¿Conocéis esa sensación de vacío cuando dejas un sitio? Como si tuvieras en los pulmones tanta brisa de mar que a penas puedes coger un poco más de aire.
En mi vigésimo cumpleaños volví a la playa como cada julio. Y no me buscó. Hoy, diez años después he conseguido convencer a mi mujer de que ese lugar era el mejor sitio para pasar unas vacaciones. Con la excusa de ir a correr me he plantado solo frente a su casa. Ella no estaba allí. Volviendo por la orilla dando un paseo he visto a una chica rubia con una pala, como desenterrando algo. No era ella. Durante meses, incluso años, la mandé y la envié cartas pero no hubo respuesta. Supuse que habíamos roto las reglas, yo la estaba buscando y ella no quería que la encontraran.
Cuando estaba a punto de volver a casa, cabizbajo, unos brazos atraparon mi cintura. Era mi mujer. En ese momento recordé porqué la amaba. Porque un día, tal como hoy, ella me había encontrado cuando más perdido estaba.

FIN

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