lunes, 21 de marzo de 2016

Volver a empezar

Acabo de preguntarle a mi madre sobre la forma en que los educadores impartían clase en su época. Me comenta que abrían el libro y el profesor les explicaba el tema, apuntaba en la pizarra y ellos copiaban. De esto hace casi cincuenta años. Hace cincuenta años no había teléfonos móviles, los ordenadores ocupaban tanto o más que una habitación y España estaba sometida bajo un régimen dictatorial. Unos cuarenta años después ya había móviles, windows y apple habían sacado ya varias versiones de sus navegadores para PC y España estaba sometida bajo lo que se denomina "monarquía parlamentaria". Mis profesores comentaban el tema que tocaba en el libro y nos hacían copiar lo más importante. Diez años después, los teléfonos móviles han superado a los ordenadores, los niños manejan las versiones de android como si fueran caramelos y España...bueno, España sigue igual. Lo curioso es que acabo de preguntarle a una amiga cuyo hermano cursa ahora sexto de primaria que le transmita la misma cuestión que le había hecho hacía un rato a mi madre. La respuesta ha sido prácticamente la misma. El profesor les explica el tema y ellos van tomando apuntes como pueden.

No quiero decir con esto que la educación no haya cambiado nada en cincuenta años, pero parece bastante claro que va mucho más lenta respecto a todo lo demás. Esta semana parece una de esas propicias para hablar de "educación", y no me refiero a como sentarse en una silla ((recuerdo que a los profesores les molesta bastante que te columpies, por cierto)). Me refiero más bien a la enseñanza cultural e intelectual a la que se somete a niños y adolescentes en los colegios, institutos y universidades. Esta semana dedican un programa en "prime time" en el que se cuestionan por primera vez si es normal que los niños, tras una jornada de más de seis horas tengan después casi otras tantas de deberes. Sí, ahora, en el siglo XXI. Pero bueno, nunca es tarde.

Debo ser sincero, soy muy crítico con el sistema educativo. Y no, no fui uno de esos que fracasó y tuvo que abandonar el barco antes de tiempo. Ni de los que lo pasaron mal con sus compañeros en clase, ni de los que lloraban por las mañanas porque tenían que ir al cole. Se puede decir que fui feliz en todos los aspectos. Ahora bien, creo que de los más o menos quince años que me tiré estudiando el 90% del tiempo fue una verdadera pérdida de tiempo. Y ojo, no quiero decir con esto que no aprendiera nada, quiero decir que podía haber aprendido mucho más. No solo mucho más, también mucho más divertido y mucho más interesante. Escuchaba alguna mente preclara esta semana que era muy importante que los niños copiaran sin parar enunciados, que les ayudaba para no sé exactamente qué cosa. Estaría bueno, pon a cualquier ser humano a hacer cualquier gilipollez que se te ocurra durante 40 horas a la semana y puedo asegurarte que aprenderá alguna que otra habilidad ((habeis visto Karate Kid? pues más o menos)). Sí, defienden que copiar enunciados es super importante, en el siglo XXI. ¿Escribir redacciones, poesía? Nada, eso son tonterías. Copiar enunciados es la clave del éxito educacional de nuestro país. Claro, debe ser todo un éxito cuando el 90% de mis amigos comete faltas ortográficas y son incapaces de redactar o expresarse de forma fluida si tienen un público delante. Y no, no son precisamente fallas del sistema educativo ((o al menos no todos)), muchos de ellos tienen carreras y la mayoría cursa o ha cursado estudios superiores. Debe ser que no eran muy buenos con los enunciados.

No se crean, no todo han sido lagunas y estancamientos. En algunos colegios ya permiten ir a los alumnos con ordenadores, utilizar cutre-softwares que les compran en lotes a las editoriales de libros de texto y ponen algún que otro power point ((bueno, eso los guays)). Algunos se piensan en serio que la evolución es sustituir el papel y el lápiz por la hoja de word y el teclado y la pizarra por el proyector. No solo hemos cambiado en el consumo tecnológico, también hemos cambiado la manera de expresarnos y la forma de interactuar con nuestro entorno. Hemos cambiado la forma de comunicarnos y por tanto también debemos cambiar la forma de aprender. Tenemos una generación de padres temerosos que temen todo aquello que desconocen. Creen que si su hijo ve a veinteañeros en youtube diciendo palabrotas él no parará de repetirlas. Creen que si su hijo juega a videojuegos no sabrá relacionarse con los demás niños. Creen que si le dejan libertad para navegar por internet posará desnudo para un pedófilo a las primeras de cambio o que si juegan a matar gente serán unos psicópatas de "notemenees". Claro, es muy fácil que tu hijo venga diciendo palabrotas y tú le eches la culpa a los youtubers, que no quiera salir de casa y digas que es porque se pasa demasiadas horas con la consola o que si en él se despiertan síntomas sexuales o violentos que no se corresponden a su edad es por "a saber que habrá visto en la red". Es muy fácil mirar hacia fuera.

Pero los profesores no son padres, o más bien, los profesores no son padres de sus alumnos ni tienen la misma preparación ante la educación que cualquiera que haya practicado sexo sin protección y esperado nueve meses a ver qué pasaba. Los profesores son en teoría, unos de los profesionales más importantes que tiene un país para su buen funcionamiento. No obstante son protegidos como tal. Pegar a un mecánico no es lo mismo que pegar a un profesor a efectos legales. Ni a un policía. No digo que me parezca bien o mal, reflejo una realidad. Como tal se esperaría de ellos una implicación y vocación solo apta para un tanto por ciento muy reducido de nuestra sociedad. Pues no. En muchas ocasiones son profesionales frustrados. Cada uno de su campo o de su materia. Otro tanto por ciento son víctimas de su propia carrera. Cansados y obligados a trabajar en algo que ya no viven por mantener una familia. Siempre que comento este tipo de cosas la gente suele saltarme al cuello. Suelen defenderlos. La figura del profesor para muchos sigue siendo intocable. Les justifican con lo poco que cobran o lo difícil que es gestionar todo esto. La carga de trabajo que tienen o la presión a la que están sometidos. No digo que todo esto no sea cierto, pero de la misma forma que todos estamos de acuerdo en que si un policía armado pasa por una depresión o muestra síntomas de violencia debe ser apartado del cuerpo, también deberían hacer lo propio con los educadores. Lejos de hacerlo les protegen hasta límites insospechables. Podría narraros decenas de casos en los que los alumnos se han puesto en pie de guerra contra uno de ellos y año tras año han permanecido en su puesto. También podría contaros otros tantos casos de profesores que nos han reconocido que han perdido su pasión por la enseñanza pero que deben seguir ahí por supervivencia. No se les protege y la mayoría de ellos tampoco tiene la valentía suficiente para retirarse a tiempo. Eso sí, si soy especialmente crítico con los malos es porque sé que los hay buenos. Buenos no, excelentes. Profesores que te hacen amar una materia o que simplemente te ayudan a encontrar tu sentido del humor. Profesores que te devuelven las ganas de aprender. Maestros, como a mí me gusta llamarlos. De hecho, esta reflexión se la dedico a todos ellos.

Al igual que los médicos aprenden a manejar máquinas que hace diez años no podían ni imaginar, los profesores deben aprender a interpretar los lenguajes. Deben entender porqué los chavales se quedan pegados a vídeos de youtube y memorizan mejor cualquier chorrada que les cuenten en ellos que lo que quieran enseñarlos en clase. Deben hacer autocrítica y plantearse si es justo que esos chavales a los que admiran se pasen más horas preparando un vídeo de 10 minutos que ellos una clase de 50 minutos. Se trata de crear contenidos amenos, rápidos e interactivos. No podemos seguir subrayando en libros ni hacer esquemas con una tiza como hace cincuenta años. Tal vez sea la hora de replantearse todo. De replantearse si las ventanas de los colegios deben ser más grandes, si la disposición de las mesas debe ser otra, si la forma de dirigirse al alumnado debe o no ser la misma, si hay que dividir los estudios por materias, si ha que hacerlos elegir una u otra cosa a cierta edad. Si la meta debe ser crear ingenieros o gente feliz con lo que hace. Tal vez sea la hora de reconocer que lo hemos hecho muy mal. De no echar balones fuera, de no culpar a lo que no conocemos. De no prohibir ni criminalizar lo que nos da miedo. Tal vez sea la hora de educar a los educadores y de enseñar a los maestros.




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